lunes, septiembre 27, 2004

Camarero, no me pegue por favor...

Domingo, día ideal para salir a tomar el vermut, o lo que se tercie, a gusto del consumidor. Hace sol, a pesar de estar en otoño la temperatura es ideal para ir paseando por la ciudad que los domingos se despierta tarde. Más de 45 minutos después de haber salido de casa, pensamos que ya es hora de tomarnos un pinchito y un zurito, por que nos lo merecemos y bla bla bla...

Estamos en el Arenal bilbaino, y decidimos entrar en uno de los bares clásicos. El Boulevard. Un bar de principios del siglo pasado, que conserva la decoración original de techos, paredes y suelos, obviamente el mobiliario han tenido que irlo cambiando, más que nada por que viendo lo orondos que nos estamos poniendo los bilbainos, no hay sillas que aguanten un siglo.

Nos colocamos en el único lugar libre de la barra, cosa curiosa por que el bar estaba hasta la bandera, claro que finalmente comprendimos por que estaba aquel rinconcito libre. Pedimos nuestra consumición, pinchito incluido y nos sentamos a disfrutar de nuestro merecido piscolabis después de la caminata.

El rinconcito libre estaba situado al lado del espacio de barra reservado a los camareros. El jefe de barra mantenía un escrupuloso orden en las botellas que tenía en aquel rinconcito, a saber: vino blanco, mosto, martini rojo y vino tinto. Tenía una buena provisión de vasos y así los camareros que llegaban con los pedidos para las mesas atendían rápidamente a los clientes. El problema surgía cuando no dejaban en su lugar la botella de turno... entonces bajaba el angel vengador de los cielos en forma de jefe de camareros y recibían una sarta de improperios digna del peor barrio de cada ciudad.

Nosotros nos ibamos encogiendo en nuestro rinconcito según pasaban los minutos, y no nos atreviamos a decirle al hombrecillo que nos cobrase, por que ciertamente su rostro y mirada no eran lo que se dice amistosos. Un camarero le pidió una ración de fritos y casi se los escupe crudos en la cara... menos mal que no manejaba él la freidora, aunque hubo un momento que temimos que nos acabase descubriendo.

Finalmente comenzamos a reirnos y a pensar que cuando llegase a casa y viese algo fuera de lugar, le organizaría una trifulca de tres pares de narices a la parienta, la cual estaría encantada de que el individuo trabaje los fines de semana... y nos decíamos el uno al otro: venga pídele tú la cuenta... no tú, venga se valiente... no que tú eres la de Bilbao... y así unos 5 minutos, y cuanto más nos reiamos más aviesamente nos miraba el interfecto. Por fin dejamos el billete encima de la barra y el tío capto la indirecta... uffff!

Finalmente hemos borrado el Boulevard de nuestra lista de bares de domingo, por que uno sale a disfrutar, no a quedarse en un rinconcito encogido y sin poder degustar la consumición, mientras piensas que si el jefe de camareros te oye respirar a lo mejor te hace fregar el suelo...

Y digo yo que si uno tiene un trabajo de cara al público y no le gusta, debería pensar en cambiar de oficio, que yo también tengo que aguantar lo mio en el sector en el que trabajo y aunque yo tenga mal día no me como a nadie. Y el día que no aguante el trato con la gente tendré que pensar en pasarme al sector animal, pero de momento me toca apechugar con auténticos maleducados, soeces y chulos de piscina, y no me queda más remedio que tratarlos con la misma educación que si fueran gente corriente.

Ya sabemos que la hostelería es un trabajo duro, que trabajan cuando los demás estamos de fiesta y que hay mucha gente maleducada suelta por el mundo, pero, habértelo pensado antes y haber estudiado perito agrónomo chaval...