jueves, diciembre 30, 2004

Mandarina

No como demasiada fruta, y la verdad es que me gusta. Muchas veces me doy el discursito a mí misma, y me hago el buen propósito de poner más fruta en la cesta de la compra. Pero ayer fui consciente de por que no lo hago.

Cogí un par de mandarinas, grandes, hermosas, de color naranja butano intenso, tenían un aspecto de lo más apetecible. Empecé a pelar una de ellas y cientos de minúsculas gotitas salieron disparadas hacia mi cara, y ese liquidillo que desprende la cáscara es un tanto ácido. Paciencia me dije, limpiate y termina de pelarla cerrando los ojos como si fueses descendiente de Fumanchú y apartando la cara con gestos de chupar un limón.

Una vez pelada, me di cuenta que la mandarina tenía muchísimos hilillos blancos, y si, soy maniática, tuve que liarme a quitar todos los hilitos, dejando los gajos como si los hubieran pulido. Una vez terminado el proceso, toca levantarse y lavarse bien las manos que se han puesto amarillentas y pegajosas gracias al liquidito de la cáscara.

Aproximadamente unos 15 minutos después de comenzar a pelar la mandarina por fin engullo el primer gajo, y...está agria!!

Me da que mejor me tomo un bifidus activo y dejo la otra mandarina para cuando vuelva a tener la inspiración divina de que me apetece fruta.