martes, noviembre 30, 2004

Pelos...

Tengo un trauma con el cabello, lo reconozco. Como mi abuela era de pelo fino y ralo, mi madre temía la posibilidad de que yo hubiera heredado tan encantadora carga genética. Así que durante años me torturó cortándome el pelo a lo “chico”. Todas las niñas usaban coleta, diademas y yo ni una horquillita para apartar el flequillo que no tenía. Envidiaba esos pelos al viento, esas colas de caballo, esos bonitos ganchos para recoger el pelo. Y estaba verdaderamente traumatizada por mi aspecto con el pelo corto casi al centímetro.

Hoy en día sigo traumatizada, pienso que tanto cortármelo, se me ha cabreado, se ha vuelto indomable y cada día queda como le viene en gana. Es difícil que yo parezca peinada a menos que me haga un moño, o que me corte el pelo al estilo que me lo dejaba mi madre, o que ese día se aparezca la Virgen.

Hay días que se me riza como si yo fuera un pariente cercano de los conguitos y otros que mi aspecto es de liso "dedos metidos en el enchufe", muy estilo Llongueras en plena vorágine creativa después de un par de carajillos.

Además tengo el cabello oscuro como los cojones de un grillo, según terminología por parte de la familia materna, y claro, yo quiero ser rubia, y ya puestos, aún más superficial de lo que ya soy, caramba! Y ahora además estoy en plena fase rebelde, será la tercera o la cuarta, o tal vez es que no he abandonado la adolescencia, y estoy dejándome la melena crecer hasta que me tape el trasero, cosa harto difícil por el tamaño del objeto a tapar, no nos engañemos.

En fin que todo esto viene por que esta mañana al mirarme en el espejo me he dado cuenta que ya es hora de ir a la peluquería a que me arreglen las mechas, me corten las puntas, y a preguntar si ha salido algún gel o espuma que haga milagros y por fin me haga parecer peinada sin mucho esfuerzo!