Invierno

Ya está aquí, ya llegó, pero por favor que llegue de otra manera. Que me he pasado practicamente la noche en vela, pensando que me quedaba sin el hogar cuya hipoteca tanto esfuerzo me cuesta pagar. Que ha granizado como si fuera el fin del mundo, y ha llovido para llenar todos los pantanos del país. Esta mañana no tenía una terraza ¡tenía una piscina para patos!

Eso si, ahora parezco una jugosa cebolla, llena de capas de tejido. En estos momentos pesa más la ropa que llevo puesta que la percha que la sostiene. Y he venido haciendo surf sobre los charcos en lugar de andar, más que nada por que no había acerca sobre la que caminar. Claro que ahora tengo los pies ultracongelados como los langostinos que nos zampamos en Navidad, y no es nada agradable, la verdad.

Pero estoy contenta, por que llueve, que ya comenzaba yo a notar que algunos compañeros de la oficina dejaban de ducharse por aquello de las restricciones de agua en un futuro cercano, y no tengo la pituitaria para concesiones aromáticas, que soy muy sensible con determinados sentidos. El olfato y el oido me amargan ligeramente la vida, con lo bien que deben de vivir aquellos que ni huelen, ni oyen en exceso, aunque se pierdan la degustación de las viandas, lo compensan aislándose del mundanal ruido de puercos y maleducados que nos rodea.